viernes, 14 de diciembre de 2007

Aniversario

Eduardo, sentado en la cama, observaba la habitación. Beatriz llegaría en cualquier momento y esperaba que los detalles revivieran aquella noche. La misma habitación, el mismo vino, el mismo día; lo único diferente sería el año y la ropa. El traje negro le quedaba un poco apretado y el vestido blanco, teñido de polvo, se encontraba perdido en algún lugar de la casa.
“Diez años” –pensaba Eduardo cuando fue interrumpido por el sonido del teléfono. Era su hija mayor para desearle buenas noches.
“Diez años y tres hijos” –continuó inmerso en sus reflexiones.
“¿Cuándo llegará? –pensó al observar el reloj– Ya está retrasada de nuevo”.
Agarró el teléfono, pero un suave toque en la puerta lo contuvo. Abrió con brusquedad y se sorprendió al encontrarse con una esbelta mujer de ojos negros en vez de su delgada y grácil Beatriz.
La mujer, de cabello corto y negro, tez pálida y labios rojos, le sonrió.
“Tu esposa me ha enviado” –dijo entregándole un papel.
Eduardo reconoció de inmediato la letra de Beatriz. En la nota le pedía disculpas por el retraso, le explicaba sobre un imprevisto en el trabajo y le sugería disfrutar de los servicios de Sophie mientras ella llegaba. Repetía las disculpas y concluía con un te quiero.
Mientras leía la nota, la mujer del sobretodo negro entró en la habitación, cerró la puerta, bajó la intensidad de la luz, lo condujo hacia la cama y le pidió que se sentara. Eduardo, aún sin salir de su asombro, observó sus delgados y delicados dedos apoyar sobre la manta un maletín negro. Sus largas uñas hurgaron en el interior y acomodaron sobre la mesa de noche varios frascos.
Al terminar, Sophie se acercó y le pidió que se quitara la camisa. Eduardo no reaccionaba. Sus sentimientos oscilaban entre el miedo a una trampa y el deseo que le producía esa extraña mujer.
Sophie, al ver que Eduardo no reaccionaba, se quito el abrigo. Vestida con una ligera prenda negra y unos inmensos tacones, se sentó sobre las piernas del hombre. Eduardo observaba a la mujer desprender los botones y pensaba en Beatriz y su descaro: “Llegar tarde a su aniversario. Llegar tarde a ‘este’ aniversario”.
Cuando llegó al último botón, Sophie introdujo sus manos dentro de la tela y la separo del cuerpo. Con un leve empujón lo recostó sobre la cama. Eduardo no sabía qué hacer: “¿Estaría Beatriz probándolo? Él ya le había explicado que no tenía nada con Elisa”.
Sophie se levantó, abrió uno de los frascos y embadurno sus manos. Se quitó los zapatos, se sentó en la cama y apoyó la cabeza de Eduardo entre sus muslos. Eduardo la veía desde abajo. Ese rostro, maquillado en exceso pero hermoso, lo perturbaba: “¿Qué esperaba Beatriz de todo esto?”.
La mujer presionó con sus pulgares las sienes. Con movimientos delicados y circulares fue recorriendo toda la superficie de su rostro. Eduardo embriagado por el olor y la sensación cerró los ojos. Los delicados dedos de Sophie acariciaron su frente, su nariz, sus mejillas. Se detuvo en los labios un momento y luego finalizó con el mentón. Eduardo se abandono al disfrute, pero no dejaba de pensar: “¿Por qué otra mujer?, ¿Será que Beatriz ya no lo quería?, ¿Tendrá otro hombre?”.
A continuación, Sophie ladeó la cabeza de Eduardo dejando el cuello tenso y descubierto. Con el pulgar rozo la piel y dibujó un camino de sensaciones entre la parte baja de la oreja y el hombro. Luego, las yemas de sus dedos recorrieron los recovecos internos del oído alborotando hormigas en el estomago de su cliente. Eduardo ya no pensaba, solo disfrutaba: “Si esto era lo que Beatriz quería, él no se opondría”.
Al finalizar el otro lado del cuello, Sophie se levantó. Eduardo, sin abrir los ojos, escuchó como ella destapaba otro frasco, sintió una fragancia deliciosa esparcirse por el cuarto, notó como la cama se hundía cuándo ella se trepó sobre él, sintió el frío de la crema sobre su cuerpo, su corazón se aceleró cuando sintió las manos de la mujer rondando la parte baja de su abdomen, acercándose con gracia hacia el centro. No pudo resistir y abrió los ojos. Sophie lo miraba y sonreía. Eduardo sintió miedo.
–No te preocupes –dijo ella–, Beatriz me ha dado permiso –le explicó mientras se quitaba la peluca negra y dejaba al descubierto la cabellera castaña de su esposa.

El Bar

–Hola –dice Camila mirando a Rubén a los ojos.
–Hola –responde él algo sorprendido.
Camila se acerca aún más a Rubén, medio a propósito, medio empujada por los cuerpos sudados y húmedos de alcohol que se encuentran alrededor. Rubén nota algo distinto en ella. Su mirada no es la misma. Es directa y profunda, como en clases, pero hay algo más.
–Vine a buscarte –continúa Camila.
Rubén no sabe qué decir. Se calla. Ella continúa hablando.
–Me costó un poco convencer a mis amigos de venir hasta acá, ellos querían ir a bailar, pero yo tenía que verte.
–¿Cómo sabías donde encontrarme? –pregunta Rubén.
–Has nombrado este lugar un par de veces –responde ella con una ligera sonrisa mientras se aproxima más a él.
Rubén la observa. Sus ojos fijos en él, sus labios tan cerca, solo un pequeño declive de aire atestado a alcohol los separa de los suyos.
–¿Tu esposa esta aquí? –pregunta Camila.
Rubén siente un escalofrío en la espalda. Con un leve movimiento de cabeza responde que no.
–Mejor así –continúa ella.
“Parece otra persona” –piensa Rubén.
Camila sonríe.
–Anoche soñé contigo –continúa– y no he dejado de pensar en ti desde que desperté. Creí tener bajo control este sentimiento en la tarde, pero todo se derrumbo con la segunda cerveza.
Rubén, acosado por la mirada de Camila, comprende porque esta vez es diferente.
–Y ahora me es imposible tenerlo bajo llave –agrega ella mientras lo empuja sutilmente contra la pared y lo besa.
–Camila, vamos que ya es tarde. Camila, es que no me oyes. ¡Camila!
–Ah… disculpa… es que estaba pensando en otra cosa. Dime.
–Vamos que ya son las once de la noche.
–Pero si es temprano, porque no nos tomamos otra cerveza.
–Está bien, pero la del estribo. ¡Chicos! Una más y nos vamos, mañana hay que trabajar.

Sueño peces

Estoy acostada en mi cama, que se encuentra al borde del mar. Varios peces vienen flotan verticalmente sobre su cola. Son como en los dibujos animados, de color azul con pequeñas arandelas blancas por todo el cuerpo. La boca ancha, en forma de o, con labios blancos. Vienen flotando sobre su cola hacia mí. El primero que llega se lanza ferozmente hacia mi brazo y comienza a morderme. Sé que el dolor es fuerte, pero no lo siento. Grito, pero continúa mordiéndome. Muevo el brazo, pero no se aleja. Cuando ya no aguanto más, lo arranco de mi brazo con la otra mano y lo lanzo lejos, pero se acercan los otros, y comienza todo de nuevo.

Comienzo a desvanecerme

Estoy sentada frente a la computadora, escribiendo. Nadie me esta viendo. Nadie se percata de mi presencia. Escribo lo que siento. Soledad. Escribo y comienzo a desvanecerme. No mi cuerpo, mas bien mi ser. Se desvanece y comienzo a flotar. El techo me frena, busco la ventana. Esta abierta y me deja salir. Salir al aire puro de ciudad. Busco el Avila. Sus árboles, sus aguas. Consigo una bella cascada, y en ella reposo. El agua fría cubre mi alma, y lava un poco el dolor que en ella se aloja. Sigo sola, pero al menos rodeada de belleza. Pienso en mis amores. Uno, lejos. No supo decirme de frente que no me quería. Prefirió escribirlo en una carta, que le llego a otra. El otro, cerca. Demasiado. Me duele tenerlo a mi lado y verlo amar a otra. Siento envidia por ella, y el amor que recibe. La realidad se encarga de confirmar lo que pensaba. Estoy sola, y lo único que tengo a mi alcance es un pequeño escape, que pago muy caro. Un día de amor infinito. Tres días de felicidad. Tres semanas de dolor y soledad, depositados en el estómago y el corazón. Solo las lagrimas me ayudan a pasar esos días. Igual que esta cascada que ahora me baña. Cascada salada, de agua de lagrima. Por que en realidad no me he desvanecido nada. Sigo aquí frente a la computadora. Aún nadie se percata de mi presencia. Ni él. Que se encuentra justo detrás de mi. Amor imposible, que no sabe lo que siento. Que no me ama.

Lloro

Lloro porque me falta mi
_____________padre
lloro porque creo no tener
__ni un recuerdo de él

busco en mi cabeza
el más mínimo recuerdo
y lloro al no verlo.

Pero no es así
__si me acuerdo de él
no veo su cara con claridad
pero es él

es él dándome un consejo
esta serio,
_en un bosque
____de noche

recuerdo también cuando
Elvira se golpeo la cabeza en el auto
y él iba manejando

cuando hicimos un muñeco de nieve
en el capo del auto,
estabamos los dos sonriendo
____contentos
recuerdo que quería que el muñeco
durara para siempre,
______que el sol no se lo llevara.

Ahora lloro porque no lo tengo
_________a mi lado
porque Elvira y Virginia
no tienen esos recuerdos

ahora lloro por no poder
besarlo o abrazarlo.

Lloro también por mi abuelo
pobre,
_siempre tiene la esperanza
_de encontrarlo
de verlo en la calle
_____de espaldas
es él, regreso, hijo

tiene la esperanza de que
este encerrado en un manicomio
________loco
que haya perdido la memoria

pobre abuelo
___tiene la esperanza
pobre yo,
___tengo la esperanza.

Lloro también por Virginia
ella es la más chica
___no recuerda nada
___no recuerda a su papá
ella tiene miedo de no
amarlo lo suficiente,
_de no pensar en él lo suficiente
de no merecer ser su hija

ella llora y se atormenta
lo necesita,
___lo extraña
pero se siente feliz
___con su vida de ahora
ella cree que su felicidad
es la infelicidad de su padre

pobre ella, no sabe
_que papá es feliz viéndonos
______felices
ella no sabe que él siempre esta
a nuestro lado.

Ahora lloro por Elvira
ella sufrió al ver a toda Argentina
llorar por la muerte del hijo del presidente
sintió mucha rabia
____al darse cuenta
que no había podido llorar a su padre,
que Argentina no había
______podido llorar a sus hijos.

Sintió las lágrimas reprimidas
y las dejó salir
sentí las lágrimas reprimidas
y las deje salir.

La casa de raíces

No debiera arrancarse a la gente de su tierra o país, no a la fuerza.
La gente queda dolorida, la tierra queda dolorida.
Nacemos y nos cortan el cordón umbilical.
Nos destierran y nadie nos corta la memoria, la lengua, los calores.
Tenemos que aprender a vivir como el clavel del aire, propiamente del aire.
Soy una planta monstruosa.
Mis raíces están a miles de kilómetros de mí y no nos ata un tallo, nos separan dos mares y un océano.
El sol me mira cuando ellas respiran en la noche, duelen de noche bajo el sol.


Juan Gelman


Un árbol de navidad gigante. Esa fue la primera impresión de su nuevo hogar. Paula llegó a Venezuela el 22 de enero de 1979, de la mano de su abuela Mimí, con apenas seis años y acompañada de sus dos hermanas menores. El avión aterrizó de noche. En el aeropuerto la esperaban su mamá y Raúl, su nuevo padre. Desde el auto, subiendo hacia Caracas, contempló con asombro las inmensas montañas, teñidas por la noche y adornadas con incontables luces de colores. Este ajeno y misterioso país la recibía con las manos abiertas y le entregaba como bienvenida un árbol de navidad. Atrás, dejaba a su querida Argentina, sus tíos, sus abuelos, sus primos, su papá y parte de su historia, esa que la obligó a irse, a alejarse para vivir junto a su mamá luego de un año de ausencia. De ausencia dentro de la casa de la muerte.
Llegaron a una vicaría en San Antonio de los Altos. El padre Alfonzo los esperaba. Aunque sus padres llegaron antes, para tratar de conseguir casa y trabajo, aún no lograban asentarse, por lo que estarían allí un tiempo, pero a ella no le importaba, volver a ser una familia, vivir sin el sosiego de la persecución, eran más importantes.
Pasaron los años y Paula se fue fundiendo en su nueva realidad. Venezuela les dio todo: casa, trabajo, escuela, amigos, alegría, un hermano y una hermana. También otras cosas extrañas: bananas fritas, arepas, playas, tambores, gente de piel oscura. Era un país raro, pero le gustaba, aunque no dejaba de extrañar. Extrañaba tonterías: la manzana, la pera, el frío, los alfajores, el dulce de leche. Extrañaba importancias: su antigua casa, sus abuelos, su papá. Soñaba con regresar, pero no podían, la casa de la muerte los mantuvo anclados ahí hasta 1985, cuando la posibilidad de volver se materializó, y toda la familia se aventuró en un viaje de reconocimiento.
Al llegar a Buenos Aires visitaron a los abuelos Cubas, los padres de Raúl. La bienvenida fue fría y áspera. Luego, viajaron a San Juan, su tierra natal. La familia de su mamá, los Quiroga, los recibieron con calidez y distancia, aunque la abuela Mimí los agasajó con todas las cosas ricas que recordaban. Recorrieron las calles, visitaron su antigua casa, visitaron a su abuelo José Herrero. El viejo recibió, a Paula y sus hermanas, con lágrimas en los ojos y pasó horas hablando de su papá José Luis y de su abuela Conce, quien murió de tristeza esperando el regreso de su hijo. En San Juan también conocieron a Vicky, su otra hermana, hija de Raúl. Ella nació cuando él estaba desaparecido en la oscuridad de la casa del terror.
En este viaje, Paula cumplió trece años, le vino el período por primera vez y, lo más perturbador, se dio cuenta que ya no se sentía argentina, pero tampoco venezolana. Recorriendo su pasado comprendió que era extranjera en sus dos hogares, y se sintió como una planta monstruosa cuyas raíces intentaban aferrarse a ambas tierras. Por otro lado, sus padres tomaron la decisión de no regresar, ya no era seguro, y menos ahora que su papá Raul tenía orden de captura. Por esta razón, su vida continuó en Venezuela: culminó sus estudios de bachillerato, comenzó la universidad y, durante 6 años, solo se dedicó a estudiar y trabajar medio día en un organismo de derechos humanos. Argentina quedó en el fondo del baúl de sus deseos, hasta que en 1995, conoció a Lole, su primer amor, y con él conoció a los otros hijos.
Doce años después de concluida la dictadura militar, Argentina despertaba ante el horror y los hijos de las víctimas se estaban reuniendo y sus historias se estaban contando. Paula, al hablar con Lole, encontró un reflejo de su imagen, se dio cuenta que no era la única, que existían más chicos con esa grieta en el pecho. Aprovechó unas vacaciones y se fue con sus hermanas. Esta vez el recibimiento fue distinto. La frialdad se convirtió en compresión y cariño. Ellas solo querían saber, saber qué pasó, y la gente no tenía miedo ni rabia de contarlo.
Las tres hermanas buscaron a los amigos de sus padres, preguntaron, conocieron a los niños de las viejas fotos, vieron en sus rostros las mismas dudas, las mismas emociones, recorrieron los lugares de sus recuerdos. Fueron a la casa de Montevideo, ahí donde las atraparon los hombres armados, ahí donde murió la señora al tomarse el veneno, ahí donde todo comenzó; y de último, visitaron la casa del terror, aunque solo desde afuera, porque aún no se podía entrar.
Cuando regresó, Paula solo quería una cosa: volver a Argentina y vivir un tiempo; pero la vida la llevó por otro camino. Conoció a alguien, se enamoró y, en menos de tres meses, se casó. A los nueve meses tuvo a Valentina y luego de dar muchas vueltas se estableció en Caracas. A los tres años se separó y se quedó sola con la niña. Por razones económicas no pudo viajar por un tiempo, pero gracias a esto se dio cuenta que en Venezuela era donde quería vivir, era donde estaba su familia, donde Valentina era feliz y eso le bastaba. Argentina quedó como lugar de vacaciones, de visitar abuelos, tíos y primos, y de mantener vivo su pasado.
Por esta razón, en el 2005, de la mano de su hija de seis años, volvió para enfrentar a su recuerdo más oscuro: la casa del terror. El edificio se convertiría pronto en un museo de la memoria, y por esta razón los antiguos habitantes del lugar tenían permiso de entrar. Al llegar a la puerta, los recibió una chica joven, historiadora y encargada del recorrido. Aún quedaban militares custodiando el lugar, pero no se acercaban. El camino hasta la casa fue agradable, el sol iluminaba el pasto y las flores despedían su mejor olor. Se detuvieron ante la fachada, era imponente, pero entraron por la puerta trasera, la misma por la que Paula había entrado 27 años atrás. El lugar estaba abandonado, no tenía muebles, las paredes se veían ajadas y sucias. La guía caminaba adelante y les explicaba a medida que avanzaban: esto es capuchita, aquí estaban las camas donde los torturaban, en este lugar comían, estos eran los baños, aquí es donde estuvo tu papá Raúl y aquí tu mamá. Madre e hija iban de la mano observaban los puntos señalados. Conocieron el sótano, el primer piso, llegaron hasta el ático. Miraban y trataban de imaginar. Ya no quedaba mucho de esos días, el lugar estaba totalmente vacío y se encontraba en penumbras, pero se podía sentir el frio de esos recuerdos. El frío del miedo, del dolor, de la desesperanza y la muerte. Los ojos de Valentina se llenaron de lágrimas y apretó la mano de su madre. Paula comprendió de inmediato, la alzó y la abrazó. No te preocupes Val, ya nos vamos.

Eres como la llama

es una lastima
__llamarte
____oir tu voz
y que no estés

corto,
_el silencio invade el ambiente
no estas y te espero
_te espero

veo a cada hombre que entra
__y no es tu rostro

te espero

la música suena
_y no pienso sino en ti
en tus manos en mi cintura
_y tu boca con la mía

te espero
_y no llegas

eres como la llama
de este fosforo
__que quema mi piel
y nada más

no estas.

La cámara

Cuando pienso en ti,
____y la cámara nos enfoca sólo a nosotros,
todo parece un sueño.
yo,
__buscando en tus ojos el amor que siempre he esperado.
y por fin creo verlo
allá,
__atrás,
escondido, pero lo veo.
quiero dibujar con mis manos
_______en tu rostro
ese amor.
busco conseguir liberarlo
_______de tu piel.
quiero creer que lo eres
___en bruto,
pero lo eres.

pero cuando
____la cámara se aleja,
y enfoca más allá de nuestros rostros,
__________nuestros cuerpos.
y muestra la alcoba,
__los espejos,
la puerta, la casa
_los amigos, la familia.
me doy cuenta
que no es lo que busco
que te acercas
______mucho,
pero eres una trampa.
en cualquier momento
________se abre la puerta
y el engaño lo rompe todo,
los gritos nos tiran a la realidad.

y la cámara me enfocará
y comprenderé que sigo sola,
que todo no fue más que
_______una hermosa experiencia,
que llenó mi vacío un instante,
pero que no esta más.

y solo mis lágrimas
limpiarán el recuerdo
y arroparán mi cuerpo
_____en el retorno a la soledad.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Rayos Gamma

I
–¿Y qué hacemos? –dijo Camilo.
–Podemos ir a casa 21 y espiar a la señora en el baño –propuso Sebastián.
–Hoy es martes, ella no vuelve hasta las 11 de la noche –indicó Camilo.
–El vecino de casa 18 se fue de viaje y dejaron los autos afuera –dijo Raúl–, podemos ir e intentar abrirle la camioneta.
–No creo que sea buena idea –dijo Gustavo–, desde que nos atraparon rayando los autos de la casa 15, no nos dejan acercarnos a ninguno.
–Y si vamos al comedor y nos robamos los cigarrillos –propuso Raúl.
–¿Otra vez?, se esta volviendo aburrido –dijo Sebastián–, además, no fumamos y ya estoy cansado de golpearme al entrar por el hueco de la ventana.
–No fumaras tú –respondió Raúl.
–Busquemos algo nuevo, algo diferente –señalo Sebastián.
–Qué tal si vamos y entramos al edificio donde está el Reactor Nuclear –dijo Raúl.
–¿Y qué es eso? –preguntó Camilo.
–Según mi papá, es un inmenso productor de energía atómica –respondió Raúl.
–Y eso qué tiene de interesante –intervino Sebastián.
–No sé, pero desde anoche no dejo de pensar en eso –dijo Raúl–. Ayer mi papá y sus compañeros de trabajo comentaron en la cena algo sobre prenderlo. Creo que esta apagado. Desde entonces solo pienso en ir y encenderlo.
–Sigo sin ver lo interesante –dijo Camilo.
– No sé, un día fui al trabajo de mi papá y me sorprendió un inmenso cilindro de concreto en la entrada –continuó Raúl–. Mi papá me explicó que adentro estaba el reactor. No saben lo grande que es. Y resulta que ahora está apagado y podríamos prenderlo.
–Aburrido –dijo Sebastián.
–Bue… a mí me parece divertido –continuó Raúl–, podemos ir de noche y encenderlo. Podríamos generar un gran alboroto con el ruido.
–Y cómo sabes que suena cuando lo prenden –preguntó Camilo.
–No sé, por el tamaño y el nombre supongo –dijo Raúl–. La palabra Reactor parece ruidosa.
–Tú no sabes nada –señaló Gustavo.
–Ustedes lo que tienen es miedo de acercarse de noche –los retó Raúl.
–¡Mentira! –dijo Camilo.
–Claro que sí, y tú más que todos –respondió Raúl–. Eres un cagón, todo te da miedo.
–Cagón, tú –dijo Camilo.
–Haa… que fastidio… ahí viene Sofía –indicó Gustavo.
–Marico, pero si tu hermana es divertidísima –dijo Sebastián.
–Divertida para ti, a mí me parece un fastidio –respondió Gustavo.
–Hola chicos, ¿Qué hacen? –interrumpió Sofía.
–¡Nada! –dijo Gustavo.
–Decidiendo qué hacer –respondió Sebastián.
–Planificando nuestra visita al reactor nuclear esta noche –indicó Raúl.
–¿Al reactor? –preguntó Sofía–. Eso es muy peligroso. Yo tengo entendido que está custodiado por los guardias.
–Si, tan custodiado como el comedor –respondió Raúl.
–No seas tonto –dijo Sofía–, no es lo mismo. Esto produce energía atómica y es muy peligroso. Yo el otro día escuche a mi mamá…
–Ya cállate, Sofía –interrumpió Gustavo–. Como siempre, una sabelotodo. Estamos planeando ir esta noche y tú no lo vas a impedir.
–Yo solo decía… –murmuro Sofía.
–¿Y Cómo vamos a entrar? –intervino Sebastián.
–Le quito las llaves a mi papá –dijo Raúl.
–No me parece buena idea –indicó Sofía.
–Ah… cállate, claro que vamos –dijo Gustavo.
–Bien, entonces, nos vemos aquí a las 11 de la noche, traigan linternas –concluyó Raúl.

II
–¿Qué hace ella aquí? –preguntó Raúl.
–Mis papás se fueron al cine y no quería quedarse sola –respondió Gustavo.
–Bueno, vamos, no será la primera ni la última vez que nos acompañe –dijo Sebastián.
–Ah… Esta bien… pero ni se te ocurra gritar –agregó Raúl– ¿Trajeron las linternas?
–Sí – respondieron los demás.
–Vamos, andando –dijo Raúl.
–¿Caminando? –preguntó Camilo–. ¿Estás loco?, el lugar está lejísimo.
–Lo siento, pero desde que nos encontraron haciendo trompitos con el auto, ya no me lo prestan –respondió Raúl–. Y esta vez escondieron muy bien las llaves.
–Marico, pero no pretenderás… –dijo Sebastián.
–Caminen, no nos vamos a quedar por eso –dijo Raúl.
–Pero… está muy oscuro –indicó Camilo.
–Pues, prende la linterna, güevón –dijo Raúl.
–Gustavo, tengo miedo, ese perro me está mostrando los dientes –dijo Sofía agarrando el brazo de su hermano.
–Sal de aquí, te dije que te quedaras en la casa –respondió Gustavo sacudiéndose.
–Ven Sofía yo te acompaño –dijo Sebastián tomándola del brazo.
–Gracias –dijo Sofía.
–No te preocupes, conmigo no te va a pasar nada –agregó Sebastián.
–Ya cállense y caminen –dijo Raúl.
–Si, güevon, para ti es muy fácil –respondió Camilo.
–Hey… tengan cuidado, el perro de la casa 16 esta suelto y ladrando –indicó Gustavo.
–Me va a morder –dijo Sofía apretando con más fuerza el brazo de Sebastián.
–Relájate, me estás haciendo daño –dijo Sebastián acariciando su mano.
–Ay… disculpa… es que todo esto me da mucho miedo… con esta oscuridad los pinos se ven muy tenebrosos… no hay ni un bombillo que alumbre nada… y los perros aullando… tengo miedo –respondió Sofía.
–Ya cállate. Te dije que te quedaras en la casa –dijo Gustavo.
–Ni loca. No después de las historias sobre mujeres violadas que me contaste anoche –respondió Sofía–. Estas casas están muy solas y apartadas.
–Sí eres boba –dijo Sebastián–. ¿No te das cuenta de que son mentiras para asustarte?
–Igual me da miedo –indicó Sofía.
–Ya cállense ustedes tres, qué fastidio –dijo Raúl.
–Coño, marico, esta subida está muy jodida –indicó Camilo.
–Bah… Güevón… y tú no te la das de deportista –dijo Raúl.
–Buuuaaaaa… –gritó Hernán saliendo de detrás de un árbol.
–Aaaaaaaaaah –gritó Sofía.
–Aaaaaaaaaah –gritó Camilo.
–Ja, ja, ja, ja… si pudieran verse el rostro –dijo Hernán– están todos más pálidos que un papel. Ja, ja, ja, ja…
–Estúpido, ¿no estabas de viaje? –preguntó Sofía.
–Güevón, qué susto nos diste –agregó Camilo.
–Acabo de volver y los ví a través de la ventana –explicó Hernán– ¿A dónde van?
–Vamos al edificio de Física, donde esta el Reactor Nuclear –dijo Raúl.
–¿Y para qué? –preguntó Hernán.
–Vamos a encenderlo –respondió Raúl.
–¿Y para qué? –preguntó Hernán.
–Porque nos da la gana –respondió Raúl.
–Ah… qué bien… entonces los acompaño –agregó Hernán.
–Marico, ¿falta mucho? –preguntó Camilo.
–Después de esa curva como un kilómetro más –respondió Raúl.
–Al menos es todo plano –indicó Sebastián.
–Me duelen los pies y tengo sed –dijo Sofía.
–Cállate. Te dije que te quedaras en la casa –respondió Gustavo.
–Shhh… cállense y apaguen las linternas, escucho unas voces –dijo Raúl.
–Escóndanse detrás de ese árbol –agregó.
–Sigamos, ya se fueron, tuvimos suerte, esos guardias casi nos ven –habló al cabo de unos minutos.
–¿Por qué no nos regresamos? –dijo Sofía.
–Cállate. Te hubieras quedado en casa –respondió Gustavo.
–Ya falta poco, dejen de pelearse –dijo Raúl.
–Por fin llegamos –indicó Camilo– ya era hora.
–Qué raro, no hay nadie en la puerta –dijo Sofía.
–Vamos, Sofía, ¿cuando has visto que esos guardias hagan su trabajo? –contesto Raúl.
–Deja de hablar y abre esa puerta, que nos pueden descubrir –intervino Camilo.
–Ay… aquí adentro está más oscuro que afuera –señaló Sofía.
–Oigan, alguien sigue aquí, no escuchan una música –dijo Gustavo.
–Si, suena como a rock, y está bastante fuerte el volumen –dijo Hernán.
–Vean, sale luz por la rendija de esa puerta –indicó Camilo.
–Mejor nos regresamos. Nos van a descubrir.
–No seas estúpida, tienen la puerta cerrada y no nos pueden oír –dijo Gustavo.
–Revisa quién esta ahí –indicó Raúl.
–Marico, ven a ver esto.
–A ver, apártate, dame un espacio… verga, pero si es el jefe de mi papá, y con la señora Mónica –explicó Raúl.
–Coño, pero ese viejo sí tiene energía… La tiene alzada –agregó Sebastián.
–Verga, ahora entiendo el volumen de la música, de esa forma nadie los oye –indicó Raúl.
–Agh… qué asco, ¿cómo pueden ver eso? –Dijo Sofía apartándose de la rendija de la puerta y apoyándose contra la pared.
–La tipa está buscando algo… fíjate… son como pelotas negras –agregó Hernán.
–Mierda, marico, se lo está metiendo por el culo –indicó Gustavo.
–Carajo, pa’ mí que el viejo es medio maricón –dijo Raúl.
–Verga, mira como la tipa se lo chupa –dijo Camilo.
–Shhh… hablen más bajo –agregó Raúl.
–Está repicando el teléfono –indico Sebastián.
–¿Por qué no nos vamos? –intervino Sofía.
–Shhh…, nos van a oír, ¿no ves que apagó la música y esta contestando el teléfono? –dijo Raúl.
–Si mi amor… todavía trabajando… si, está difícil el proyecto… si ya sé que es tarde… –explicaba el hombre dentro de la habitación.
–Marico, ni se inmuta, y la otra sigue chupando –dijo Sebastián.
–Si, pero fíjate como le sujeta el pelo, se lo va a arrancar –agregó Hernán.
–Que la niña tiene fiebre… 39 y medio… ok… sí, tienes razón… deja que termino el párrafo donde me quedé y voy para allá… sí, no te preocupes voy saliendo, no me tardo… sí, mi amor, yo también te quiero… –continúo el hombre.
–Verga, se va –dijo Camilo– mejor nos escondemos.
–Ya va, espérate un poco –dijo Raúl.
–Mónica, vamos, me tengo que ir –dijo el hombre levantando a la mujer por los hombres.
–Roberto, siempre lo mismo, cuando estamos en la mejor parte ella interrumpe –respondió la mujer.
–Apúrate, vístete –dijo Roberto.
–Vamos, nos van a descubrir –insistió Camilo.
–¿Pero dónde nos escondemos? –indicó Sofía.
–Ahí hay un cuarto, déjame ver si consigo la llave –dijo Raúl.
–Qué suerte, está abierto –intervino Gustavo.
–Qué asco, es el cuarto de la limpieza, y es muy pequeño, ahí no entramos los seis –dijo Sofía.
–Cállate y apúrate –dijo Gustavo.
–No me pisen –indicó Hernán.
–No me aplasten –dijo Sofía.
–Arghh… muévanse un poco que no entro –agregó Raúl.
–Gustavo, no me toques el pie –dijo Sofía.
–Yo no te estoy tocando –respondió Gustavo.
–Algo me está tocando… qué asco, tiene bigotes… ¡Aaaaaahh! es una rata –dijo Sofía.
–Shhh… cállate no grites, que nos van a oír –dijo Gustavo tapándole la boca con la mano, mientras Sebastián mataba el animal de un pisotón.
–¿Escuchaste eso? –dijo Mónica aún dentro del cuarto–. Alguien gritó.
–No escuché nada –respondió Roberto–. Apúrate y deja de estar inventando cosas para retrasarme.
–Yo no estoy inventando nada –explicó Mónica–. Escuché algo y creo que vino de afuera –agregó mientras se terminaba de vestir.
–Es más de media noche, no hay nadie –indicó Roberto mientras abrían la puerta y salían al corredor.
–¿Y si están tratando de llegar hasta el reactor?... recuerda mi sueño –dijo Mónica.
–Por dios mujer, vas a volver con ese tema, ya te dije que es imposible… –respondió Roberto.
–Lo sé, lo sé, –continuó Mónica– pero no puedo dejar de pensar en eso. El sueño fue muy real, igual que en Chernobil, sabes, la intensa luz amarilla lo cubrió todo. Los niños muriendo, la gente se deshacía en pedazos, pero no era en la Unión Soviética, era aquí en el Instituto y las caras eran todas conocidas, si tú lo hubieras soñado, no me estarías diciendo eso.
–No entiendo cómo una mujer de ciencia como tú –continuó Roberto, mientras pasaban al lado de la puerta del cuarto de limpieza –es capaz de creer en premoniciones.
–No te burles, yo sí creo –expresó Mónica– y fue muy real, y todo sucedió por unos estúpidos niños que estaban jugando.
–Bueno, si tanto miedo te da, pídele a los guardias que revisen, pero yo me tengo que ir, mi mujer me espera –agregó Roberto abriendo la puerta para salir a la calle.
–Sí, como siempre –concluyo Mónica.
–Carajo, pensé que no se iban a ir nunca, ya me dolían los brazos –dijo Raúl saliendo del cuarto.
–Hay... suéltame la mano Sebastián –indicó Hernán sacudiéndose.
–Coño, Sofía, por tu culpa casi nos atrapan –agregó Gustavo.
–No es mi culpa, fue esa rata… –dijo ella.
–No era ninguna rata, solo un pequeño ratoncito –señaló Gustavo.
–Escucharon lo que dijo esa mujer, sobre los muertos y la luz –interrumpió Camilo.
–Si, yo la escuché y creo que es una señal, deberíamos desistir e irnos –intervino Sofía.
–Ustedes dos lo que están es cagados, por eso no quieren seguir –agregó Raúl.
–Pero ella iba a mandar a los guardias, nos pueden atrapar –continúo Camilo.
–Ya llegamos hasta aquí y no nos vamos hasta completar la tarea –dijo Raúl.
–Entonces yo me quedo aquí –continuó Sofía.
–Pues quédate, cagona, igual nadie te quería aquí –dijo Gustavo.
–El que se quiera quedar, que se quede, los demás vamos –indicó Raúl y arrancó a caminar por el oscuro pasillo.
–No me dejen sola, está muy oscuro –dijo Sofía mientras corría y tomaba a Sebastián por el brazo.
–Raúl, ¿dónde está el Reactor? –preguntó Hernán.
–Creo que es esa puerta a nuestra derecha, la que está antes del ventanal de vidrio –respondió Raúl.
–¿Cómo que creo?, ¿no estás seguro dónde queda? –intervino Sofía.
–Yo vine una sola vez y era de día –explicó Raúl–. Además, no dejaban pasar a nadie que no fuera personal autorizado.
–Y tienes idea de cómo se prende ese armatoste –preguntó Camilo.
–Ni idea –dijo Raúl.
–¿Marico, y qué carajo estamos haciendo aquí? –intervino Gustavo.
–Ah, eso no puede ser difícil, debe tener un interruptor –agregó Raúl.
–Chicos, y si somos nosotros los del sueño, y si por nuestra culpa va a morir mucha gente –dijo Sofía.
–Ya cállate –respondió Gustavo.
–Shhh… cállense, escucho pasos –interrumpió Hernán.
–Deben ser los guardias –explicó Sofía– que nos están buscando.
–Escondámonos aquí dentro –dijo Raúl.
–Apúrate y abre esa puerta –increpó Camilo.
–Se están acercando –agregó Hernán.
–No me jodan, hago lo que puedo, son muchas llaves y no sé cual es cuál –dijo Raúl.
–Tengo miedo, nos van a atrapar –agregó Sofía.
–Apúrate, coño, ya los escucho… son dos –explicó Hernán.
–Listo, entren –dijo Raúl.
–Esto está muy oscuro –indicó Camilo.
–¿Qué es eso que estás alumbrando?, parece un… –agregó Sofía.
–No es nada, entren y escóndanse que ya están aquí –dijo Hernán.
–Qué asco, esto está lleno de… no me empujes, no alumbres hacia arriba, nos van a ver, el techo está muy alto, tengo miedo, mejor salimos, no me gusta este lugar… –dijo Sofía.
–Shhh… nos van a oír, Gustavo, tápale la boca a tu hermana –indicó Raúl.
–Agáchense que están cerca y este lugar es una gran ventana –agregó Sebastián.
–Más abajo, están alumbrando hacia acá –dijo Hernán.
–No te pares, aún no se han ido –dijo Gustavo.
–No, marico, si ya hace más de cinco minutos que no alumbran –explicó Raúl.
–Pero qué te cuesta esperar un poco –agregó Camilo.
–Tengo miedo, mejor nos vamos –dijo Sofía.
–Shhhhhhh… –dijeron todos al mismo tiempo.
–Vamos, párense, ahora sí se fueron –dijo Raúl asomándose por la puerta.
–Chicos, mejor nos vamos, ésta no es una buena idea –insistió Sofía.
–Ya llegamos hasta aquí, y aquí nos quedamos –agregó Raúl.
–Yo creo que Sofía tiene razón, mejor nos vamos –intervino Camilo.
–Tú lo que estás es cagado –respondió Raúl.
–Dale, Raúl, mejor nos vamos, no tienes idea de cómo prender el Reactor, incluso no sabes si estamos en el lugar correcto, y ya estoy aburrido y cansado –dijo Sebastián.
–¿Tú también tienes miedo?–preguntó Raúl.
–Vamos, Sebastián tiene razón, regresemos –dijo Hernán.
–Qué vaina, ahora todos están en mi contra, no me voy hasta encenderlo –dijo Raúl, mientras alumbraba con la linterna en busca del interruptor.
–Yo me voy, ya estoy aburrido –señalo Sebastián abriendo la puerta, seguido de Sofía que seguía colgada de su brazo.
–¡Ja!, aquí esta, lo encontré, éste debe ser –dijo Raúl.
–¡Ahhhh!, no puedo ver, la luz es muy intensa.


III
–¿Papá?
–Dime, Raúl.
–El Reactor que está en tu trabajo…
–Sí, hijo.
–¿Para qué lo usan?
–Para nada hijo, no sirve, no sirve desde hace tiempo. En estos momentos estamos discutiendo cómo usar esa chatarra en algo útil. Yo estoy proponiendo usarlo para esterilización. Sabes, usar los rayos gamma que aún funcionan para destruir microorganismos en tejidos naturales, eliminar parásitos, y así lograr incrementar la duración de tubérculos y frutas; también serviría para desinfectar e higienizar utensilios médicos. ¿Por qué preguntas, hijo?
–No, por nada.

miércoles, 27 de junio de 2007

Humo

Prendes el cigarrillo inclinando la cabeza, frunciendo el ceño, acercando tu mano, coronada por el fuego, a tu boca. Aspiras a través de el. Expulsas por la nariz y la boca el humo, que se expande en el aire y llega hasta mi. Toca mi piel. Entra en mi cuerpo cuando respiro, y lo respiro porque salió del tuyo, recorrió tu boca, se impregno de tu olor, se lleno de ti.