miércoles, 26 de marzo de 2008

El espíritu

Ella, de espaldas al altar, mira el río correr. Hoy, él partirá suspendido sobre las aguas cristalinas y turbulentas de la deidad, quién, en su viaje, lo apartará para siempre de su lado. A su espalda, el sacerdote canta y golpea contra su cuerpo la enorme ave, ofrenda del ritual.

Ella, desconoce el tiempo que él lleva aferrado a su aliento. Lo ha visto una sola vez, esa noche, cuando entre dormida y despierta, lo sintió al borde de la cama. Describirlo no puede, él es de aura, inmaterial, como un sueño. De ese encuentro recuerda, con azoramiento, un gélido vaho rosando sus labios.

El sacerdote ha dado la orden, ella tiene que partir, avanza sin mirar atrás. Sube las escaleras y espera. A orillas del río, la inmolación se lleva a cabo y el tozudo enamorado es obligado a quedarse, a no seguirla, es encerrado dentro de ese cuerpo sin vida. En seguida, el sacerdote eleva sus plegarias y, desde el torrente, las manos salpicadas de la diosa lo toman y lo arrastran. Ella lo siente, sabe que se ha ido, percibe la energía regresando a su cuerpo.

En la noche, duerme tranquila por primera vez. En el sueño, se ve deambulando entre las tiendas de un mercado de pueblo. Es de día, está rodeada de flores y frutas, de colores y perfumes, de sonrisas. Ella va caminando, observando, feliz. Entonces, al pasar al lado de un canasto, se asoma un espíritu, aire condensado con forma de llama, que al verla se enamora de ella.

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